La ópera prima de Celia Giraldo nos enfada y reconcilia con la humanidad a partes iguales. Haciendo un retrato de la sociedad actual, la película nos acerca a la culpa, la tristeza, el inevitable paso del tiempo y la rabia.
Texto: Laura Echevarría (@lauetxh)
“Lo de irse es fácil. A veces lo difícil es quedarse” dice el personaje de Eva Llorach en “Un lugar común”, la ópera prima de Celia Giraldo, una estudiante de la ESCAC que con tan sólo 29 años ha estrenado en la gran pantalla una historia que pretende hacer justicia para aquellas mujeres a las que la sociedad ha decidido ignorar.
Pilar es nuestra protagonista y su crisis de identidad nuestro motor durante la película. A sus 52 años, el personaje de LLorach es pre-jubilado, lo que en su cabeza viene a sonar más o menos como: “ya no vales para nada”. En este punto de su vida Pilar no puede evitar empezar a ponerle mayor atención a sus relaciones y a cómo las personas de su alrededor la perciben: su hija ya no es una niña y se va a ir a vivir a otro país, su hijo pequeño no despega la cara del teléfono móvil y su marido está tan absorto en su carrera profesional que apenas habla de otra cosa.
Ya nadie la necesita.
Su hermana pequeña vive cómo quiere y cómo puede gracias a que se marchó de casa cuando ella se quedó cuidando de su madre, y ahora cada una vive bajo las consecuencias de esa decisión.
El pasado, el presente y el inminente futuro resuenan en la cabeza de Pilar, situándola frente a un espejo cuyo reflejo es la materialización de todo lo que no quiere ser. Aún está a tiempo de frenar esta caída sin precedentes, este insulto a su valía y este efecto dominó que está terminando por dejarla anulada.
Fotograma de "Un lugar común" (2024, Escandalo Films )
En su afán por solucionar su situación familiar y volver a conectar con las personas a las que más quiere, Pilar encamina a la familia en un viaje que, como si de la Odisea de Homero se tratase, los aleja de casa y los enfrenta a los retos más inesperados, convirtiéndolos en héroes de su propia historia.
Sin embargo, aquí no hay héroe que valga ni damisela en apuros que sea salvada: la culpa, el remordimiento, la vergüenza y la rabia se vuelven protagonistas del viaje hasta que, en un punto límite entre el bien y el mal, Pilar explota y huye de su realidad. Llega a lo desconocido, en plena soledad, y allí tiene la oportunidad de ser quien quiera ser.
Fotograma de "Un lugar común" (2024, Escandalo Films)
Nuestra protagonista se inventa una vida anhelada, una vida llena de emociones, viajes, independencia y empoderamiento. Vive bajo esa falsa realidad unas horas, hasta que la más pura necesidad la hace reconectar con su ‘yo’ verdadero, que además resulta que no está tan mal. Pilar salva una vida, y rescata unas cuantas más por el camino, demostrando a los demás lo que ella ya sabía pero se empeñaban en hacerle olvidar: es tan necesaria como el agua para las plantas y el viento para los pájaros.
La película nos regala un final reconfortante con el que es fácil salir conmovido del cine. La empatía del espectador es inevitable y el abrazo final se siente hasta en los huesos. Celia Giraldo demuestra en esta ópera prima que una visión joven puede retratar realidades futuras, que aún no se sufren pero que se esperan, y que se puede retratar correctamente. El mensaje, que es tan político como costumbrista, invita a la reflexión y a la revisión del funcionamiento de la sociedad de la que todos formamos parte. Nos reconocemos en la pantalla y sufrimos por ello, pero también nos reconforta porque no estamos solos. Porque esa vida suya en la ficción es tan suya como nuestra en la realidad, y podemos hacer con ella lo que queramos.
“Un lugar común” ya no está en cines pero se proyectará en la Sala Berlanga el próximo 6 de noviembre, una cita que no os podéis perder si tenéis la oportunidad. Esperamos pronto poder disfrutar de ella en otras plataformas, así como del trabajo de Giraldo, que promete arrojar luz y una visión renovada en las salas de cine.
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