Es verdaderamente sorprendente cómo una película de apariencia tan sencilla puede evocar sensaciones tan profundas y una serenidad tan completa. Dos ancianos hermanos pastores, sobreviviendo en el magnífico y desafiante paisaje de los Picos de Europa, demuestran que no es necesario viajar a lugares lejanos para ver al ser humano enfrentarse a la naturaleza.
Texto: Adriana Almenar
Criados en la montaña desde niños, no conocen otra vida ni la desean. Es fascinante ver su habilidad para subsistir en un entorno tan implacable, horneando su propio pan y cocinando sus comidas en la chimenea. Para ellos, el mundo exterior es solo un eco en una pequeña radio, su única compañía, y la curiosidad por su rutina diaria nos mantiene atentos hasta el final del film.
Lejos de las representaciones estereotipadas del mundo rural en el cine del pasado, directores como Samu Fuentes están devolviendo la dignidad y el orgullo merecidos. Películas como 'Alcarràs' o 'As Bestas' son buenos ejemplos. En el documental que ahora presenta, Manolo y Fernando son personas reales, hablando con el corazón. No tienen pareja ni hijos que continúen su oficio, haciendo de ellos los últimos pastores. "Con ellos se acaba una forma de vida y un conocimiento insustituible".
Este documental es un testimonio viviente de la agonía del pastoreo, una de las identidades de España. Su continuidad es imposible, y con la desaparición de los pastores, se pierde una profesión de gran impacto económico, medioambiental y social. El pastoreo ha sido en gran medida el creador de la belleza asturiana, con los hermanos Mier respetando y manteniendo el medio ambiente en condiciones óptimas, como lo hicieron sus antepasados. Sin el pastoreo, se pierde una barrera crucial para prevenir incendios forestales, algo que hemos visto incrementarse en los últimos años. Este trabajo merece ser considerado patrimonio histórico, cultural y medioambiental.
Mientras una vieja radio, con cobertura intermitente, transmite noticias sobre los estragos del COVID, la vacunación masiva, y los inicios de la guerra entre Rusia y Ucrania, los Mier cuidan a sus animales y enfrentan las estaciones que dictan su actividad. Aunque las leyes sobre el cambio climático se esbozan, también se denuncian ayudas gubernamentales a grandes infraestructuras que contradicen estas medidas. Pero a los Mier, poco les importa lo que escuchan en su radio; están inmersos en su lucha diaria, supervivientes de un mundo que desaparece, dejándonos con una sensación de tristeza y desesperanza, aunque no seamos parte de él. Las granjas industrializadas acabarán con todo lo que representan con el paso del tiempo.
No son personas hurañas ni antisociales, como podría esperarse de alguien que vive aislado por razones que ni ellos comprenden. Son sabios, portadores de conocimientos y destrezas únicas. Practican una filosofía de vida sencilla y armoniosa con la naturaleza, sin necesitar los términos modernos que usamos los urbanitas. Viven con lo justo, sin prisas ni el estrés de la ciudad. Con su vida tranquila y apartada del ruido mundano, son, como diría Fray Luis de León, "los pocos sabios que en el mundo han sido".
Comments